Al pensar en las personas que han influído en mi en mis primeros doce años de vida, vienen a la cabeza mis padres y mis hermanos. Y sin embargo no siento que el ejercicio vaya por ahí, es como una mina que ya he escarbado lo suficiente y podría mostrarles: aquí encontré una veta de oro, aquí casi se me cae el techo encima, aquí casi me caigo por un hoyo, etc.

Me gusta escribir para entender, y por eso pienso: después de mi familia, quién fue una presencia significativa en mis primeros doce años de vida?

Lo conocí en la biblioteca de mi primaria, cuando tenía unos ocho años. Es ahí donde me refugiaba todos recreos, porque me gustaba leer y porque no tenía amigos. Yo era un niño muy tímido pero también con muchos deseos de hacer amigos, sin saber cómo. A veces iba al patio de recreo en lugar de la biblioteca, y veía a los niños jugar, esperando a que me invitaran, pero nunca lo hicieron. Los libros siempre me invitaban a leer, así que era mi lugar preferido para pasar el recreo.

Un día estaba leyendo una revista en una esquina de la sala de lectura (siendo una biblioteca para niños era más como un salón alfombrado con cojines y estantes con libros) y llegaron dos niños que habían llegado ahí casi por accidente. No tenían ningún interés en los libros, supongo que la curiosidad infantil los llevaría a entrar a la biblioteca al verla abierta durante el recreo, y me vieron leyendo en la esquina.

Cuchichearon entre ellos algo, se acercaron, y no recuerdo exactamente cómo o con qué excusa, pero me comenzaron a pegar, y yo, lejos de pedir ayuda, me defendí lo mejor que pude, y comenzó una especie de juego rudo en el que no estábamos seguros si estábamos peleando o jugando. La chicharra del final del recreo nos indicó que el juego había terminado.

Al siguiente día fueron a la biblioteca nuevamente, esta vez armados de estrategias para someterme, pero yo era un animal salvaje que no se apaciguaba tan fácil. Se tomaban de las manos y corrían hacia mí con la intencíon de tumbarme, pero yo ponía mis codos frente a mi cara y los esperaba como un poste, lastimándoles los brazos cuando chocaban contra mí.

Y así pasaron varios recreos, en este extraño gris entre bullying y juego, hasta que un día no llegaron a la biblioteca y me di cuenta que me gustaba más su compañía que la de los libros. Salí al patio a buscarlos y seguimos nuestro juego rudo, pero esta vez sobre el pasto. Y de ahí surgió una especie de amistad.

Digo "especie de amistad" porque hacían cosas crueles. A veces se secreteaban entre ellos y repentinamente se echaban a correr. Yo los veía alejarse y detenerse unos metros más adelante, y yo caminaba hacia ellos. Cuando estaba cerca se echaban a correr nuevamente. El juego era alejarse de mí, pero yo no tenía a dónde ir mas que con mis "amigos". A veces me aburría y me rehusaba a seguirlos, entonces se acercaban ellos, pero cuando me hacían creer que el juego ya había terminado, se echaban a correr nuevamente.

En las amistades, tanto si somos niños como si somos adultos, es difícil que haya amistades tri-partitas en las que no haya un vínculo mucho más fuerte entre dos de ellas. Dos personas son realmente amigos, y la tercera persona es casi un "accesorio" de la amistad de las otras personas. Yo era este accesorio.

Pero poco a poco, habrán pasado dos o tres años, me fui ganando la confianza el niño más dominante, su nombre era Rabetzi y era un niño fuerte y robusto, con buen apetito y con una imaginación interminable. Mi sensación es que el otro niño, del que sólo recuerdo su apodo ("El Bimbo" porque su padre era panadero), al verse desplazado, prefirió buscar otras amistades.

Y así entablamos una amistad muy cercana que duró toda la escuela hasta la prepa. En vacaciones pasaba largas temporadas en su casa, las actividades cambiaban de acuerdo de nuestra edad, pero lo que era una constante eran las tragazonas que zampábamos, siempre. Éramos como pelones de hospicio y todos se sorprendían con nuestro apetito.

Luego de la prepa nos perdimos el rastro y muchos años después nos encontramos en la calle y me invitó a cenar a su casa para conocer a su familia, a lo cual acepté gustoso. Luego de cenar, su familia se retiró a dormir, nosotros sacamos las copas nos pusimos sinceros.

Me dijo "me da mucha culpa haberte tratado con tanta crueldad cuando éramos niños, recuerdo que íbamos a pegarte a la biblioteca, que huíamos de ti para que nos corretearas, que te hicimos esto y lo otro, te quiero pedir perdón por ello".

Yo sonreí y le dije "No hay nada que perdonar, era yo un niño muy solitario, y prefería que fueran ustedes a pegarme a estar sólo. No son sus tormentos lo que recuerdo con disgusto de la primaria, lo que recuerdo es el tormento de la soledad, sentirse invisible y que no le interesas a nadie. De no haber pasado eso, es probable que todos mis amigos ahora fueran libros. ¿Te imaginas qué hubiera sido de mí si no nos hubiéramos conocido?

Y se rió mucho, porque entendió que a pesar de su crueldad infantil, su presencia en mi vida en ese momento había sido positiva. La huella que dejó fue imponente, no sólo porque Rabetzi fue el único amigo que tuve por mucho tiempo, sino porque a través de él conocí a más gente, y llevé una infancia relativamente normal con amigos y actividades y todo lo que conlleva.

Salí de su casa ya de mañana, y no lo volví a ver, hace ya 10 o 12 años de esta borrachera. Pero me quedé con una sensación de que ambos habíamos cerrado un círculo: él de culpa y yo de agradecimiento, y al comunicar nuestras sensaciones nos habíamos asistido en el trabajo interior que nos correspondía a cada quién.

Gracias Rabetzi.