Abro los ojos después de un profundo sueño, y me sorprendo de ver la vía láctea. Jamás la había visto con tanta claridad. Estoy metido en un saco de dormir en lo alto de la montaña de Gredos, tengo el cuerpo deshecho, no era mi intención dormir en lo alto de la montaña, pero ahí me agarró la noche y me desplomé en un abrigo que formaban unas piedras.

Con el cansancio el cuerpo se había rendido, pero mi mente se sentía clara. Miré a las estrellas y me comenzaron a brotar lágrimas de los ojos, pero mi cuerpo estaba tan cansado que no sentí impulso de limpiarlas.

"Aquí está lo que estaba buscando", pensé.

Sin viento, el silencio ahí arriba era absoluto. No escuché ni a mi propio pensamiento. No voy a hacer más de la experiencia de lo que fue: un observar en quietud absoluta la majestuosidad del universo. Para un buscador sediento, eso fue un oasis en el desierto.

Dos días antes había concluido mi voluntariado anticipadamente en una casa espiritual Sufí. El maestro se había tornado frío cuando me rehusé a hacer la Shahada, el bautizo musulmán. Era mi tercera vez ahí, y la frialdad me hizo sentir poco bienvenido, así que resolví irme.

¿A dónde? esa zona estaba llena de parajes preciosos, el clima era perfecto y se podía dormir afuera, lo cual era afortunado porque cargaba apenas con un saco de dormir que se comprimía al tamaño de una toronja, y una funda que me regaló René. En mis víveres había suficiente comida para dos días, pero no tenía agua, ni botella para cargarla. En las semanas anteriores había llovido a cántaros y los ríos estarían repletos de agua, así que decidí que no hacía falta pasar a abastecerme al pueblo.

Caminé directo a la montaña, y consultando el mapa y contrastándolo con el paisaje, decidí pasar entre dos picos que pude observar a lo lejos. Guardé el móvil con la intención de usarlo lo menos posible. De todas formas la pila se terminaría pronto.

Era mi segundo día caminando y no encontraba la forma de cruzar la sierra, subí largo rato por una carretera de terracería que dio con una reja maciza que resguardaba un terreno bardeado muy grande. Salté la barda, y del otro lado vi un camino que llegaba hasta el cortijo de una casa grande y bien cuidada. Rodeé la casa para pasar desapercibido, pues afuera sentí "permiso" de pasar, pero ya dentro y mi impulso fue salir de ahí lo más pronto posible, saltando la barda del otro lado del terreno para continuar mi ascenso.

Pero no había barda del otro lado. El camino me llevó ascendiendo por la montaña, hasta torcer súbitamente, y al frente se podía contemplar un paisaje. Me senté un momento. A mi izquierda había una serie de picos rocosos que formaban una cordillera hasta incorporarse al grueso de la montaña, y al frente había un barranco con desnivel profundo para llegar al fondo de la garganta. El conjunto de las cosas: las piedras bañadas por el sol, el verde de la primavera, el canto de los pájaros, todo era precioso...

Pero el paisaje también daba malas noticias: o intentaba cruzar por la cordillera de los picos rocosos (una tarea absurdamente peligrosa), o bajaba al fondo de la garganta, para subirla brincando de piedra en piedra (una tarea que me llevaría un día adicional, para el cual no iba preparado).

Resolví que era mejor buscar un paso diferente, pero mis ánimos decayeron: si no encontraba una alternativa pronto, lo más sensato sería abandonar la aventura. Seguí por el camino, arrastrando los pies, hasta que a la distancia vi unas ovejas que venían delante de una camioneta. Me detuve y saludé. La camioneta de detuvo.

--¿Estás perdido? --Bueno, primero disculpe que me haya metido sin pedir permiso, y no estoy exactamente perdido, pero estoy intentando cruzar al otro lado para llegar a Barco de Ávila, y no encuentro cómo. --"Hay un camino allá atrás, ya lo pasaste. Súbete y te llevamos".

Eran padre e hijo y eran los dueños de la finca. En mi memoria se habían acomodado como "pastores", pues llevaban ovejas, no hubo conversación innecesaria y vieron muy natural mi absurda misión de pasar al otro lado de la montaña. No se mencionó el hecho de que estaba ahí sin permiso.

Volvimos por el camino que anduve hasta llegar nuevamente a la curva pronunciada donde estaba el paisaje de las cascadas y los riscos. Se me pusieron los pelos de gallina, "pero no puede ser! estuve largo rato aquí sentado mirando el paisaje intentando ver por dónde se podía pasar, y no lo encontré". Se río. Apuntó a los picos rocosos que había admirado antes. "Mira", me dijo el pastor, "esa linea que ves en las rocas? Síguela." y con el dedo apunto a una línea horizontal que cortaba entre las rocas y siguiendo su dedo, la línea conectaba los riscos con el prado al otro lado del barranco!

Al momento la línea que señalaba brotó del paisaje y me di cuenta que era evidente que esa línea era hecha por el hombre. No hay lineas que corten así, horizontalmente a lo largo de la cordillera. Apenas era una línea visible, pero el dedo del pastor hizo que resaltara en el paisaje. La experiencia se me quedó tan grabada que, cuando admiro un paisaje natural, no dejo de buscar lineas como la que vi ese día.

Me dijo "Este camino es el que nosotros usamos para cruzar. Recién lo acabamos de limpiar. Puedes usarlo, pero ya vas tarde ¿vienes bien equipado?"

--"Claro que sí", mentí. No llevaba ni agua.

--"Bien, pues el camino se acaba ahí donde ves, pero está fácil, sólo hay que subir. Ya arriba no hay forma de explicarte, con la nieve y la neblina no se va a ver, pero busca un camino del otro lado, te llevará al pueblo más cercano. Puede que te agarre la noche allá arriba, y ahí sí hace frío eh?".

Me despedí con prisas, deshaciéndome en agradecimiento. El camino de piedra evidentemente había sido construido y mantenido durante generaciones, pues la piedra estaba labrada a mano. Cabía una persona cómodamente (o incómodamente si sufre de vértigo, pues no había barandal). Las cascadas se veían mucho más cerca, casi debajo de mí.

Con mis preocupaciones aminoradas me llené de una sensación de júbilo, y todo me parecía idílico. La caminata por ese paso tan hermoso, y la forma en la que se dio, formaron un conjunto que mi espíritu se alegró de experimentar, y entendí a la naturaleza como expresión divina, y pensé que como yo no estoy fuera de la naturaleza, pues mi esencia es divina también.

Jadeaba de cansancio y maldecía mi obstinación por no cargar agua. Allí arriba no se formaban arroyos, pero la nieve se había derretido dejando charcos encima de las piedras. Desafortunadamente, los charcos invariablemente tenían bolitas de excremento de las cabras del monte, y yo prefería beber la nieve cuando la alcanzara, pero finalmente encontré una gran depresión que contenía mucha agua y sólo unas bolitas de excremento, así que me lo bebí casi todo, y así sacié mi sed.

El impulso por alcanzar la nieve se extinguió, y con el sol habiéndose ocultado hacía rato, y con mi cuerpo rehusándose a seguir, encontré el abrigo en donde comencé el relato, me metí en el sleeping, y quedé profundamente dormido.

Al día siguiente me encontré reparado física y espiritualmente. La tarea de pasar por la nieve y encontrar el camino en la neblina fueron arduos. Subí por la nieve hasta la cima y del otro lado no encontré el camino, así que bajé entre matorrales cubiertos por nieve. Era muy tardado, difícil e incómodo.

Recordé el dedo del pastor, aunque en la nieve no se verán las líneas de los caminos, o sí? Miré a mi alrededor, en las laderas de los picos que ya había cruzado. Me saltó el corazón: había columnas hechas de piedras apiladas en la ladera, formando una línea horizontal. Pero claro! Como la nieve impide ver el camino, esa era la forma de marcarlo.

Subí tirando de los matorrales por la ladera y al llegar a uno de estos grandes pilares formados por piedras amontonadas, vi que efectivamente había un camino, pues a pesar de la nieve se notaba lo firme y parejo del suelo, además que estaba indicado por los montones de piedras.

Seguí por el camino, que pronto bajó a un valle donde se derretía la nieve y formaba pequeños arroyos del que se alimentaban pastizales verdes muy bien mantenidos por la fauna silvestre y doméstica, pues era primavera y seguro que los animales tenían hambre de hierba fresca, pues estaba podado al ras.

Los riachuelos se entremezclaban con el camino, hubo que salvar agua brincando de piedra en piedra, y cruzar muchos puentitos, pero al fin bajé y vi que el agua que bajaba de la montaña no formaba un gran río, como suele suceder, sino que, mediante piedras, era distribuido por los terrenos del valle en pequeños canales.

Pasé por un pequeño pueblo de casas de piedra, y seguí mi camino hasta Barco de Ávila, donde, después de comer, pregunté si había un albergue o pensión económica en el lugar. No lo había. Tomé el siguiente autobús a Madrid y volví a casa.