Reflexiona un momento sobre aquellas experiencias que consideras te han conducido a ser quien eres en este aquí-ahora y cuenta tu historia a partir de la frase: El día en que nací...

El día en que nací, hace cuarenta años, mi madre no se quejó ni dio muestras de sufrimiento, porque--según ella--quería demostrarle a los doctores canadienses que las mujeres mexicanas son fuertes. Nací en Montreal, Canadá, a medio día, según me cuentan.

No recuerdo nada de Montreal. Mis primeros recuerdos son de Toronto, donde mi familia se mudó cuando tenía yo dos años. En esta época soñaba muy vividamente y siempre tenía lucidez en mis sueños. Comenzaban con un vórtice que se formaba en mi cama, y girando, se hacía cada vez más grande.

La primera vez que apareció me dio mucho miedo, me intentaba alejar del agujero pero, extendiéndose, se tragaba todo a su alrededor. Me sujeté de uno de los pilares de mi litera, grité y pataleé pero perdí el agarre y el agujero me succionó, y caí en un mundo distinto. Grité para que mi mamá me sacara de ahí, pero no llegaba y algo me distrajo y comencé a explorar un mundo nuevo donde sucedían cosas imposibles, de tal manera que aprendí que el agujero no era algo malo, y cada vez que reaparecía en mi cama, me tiraba al agujero con menos miedo y más entusiasmo.

A esta edad consideraba este mundo como real. Casi siempre eran aventuras placenteras, pero en una de estas "aventuras al otro lado", mi madre moría. Desperté llorando y corrí a la habitación de mis padres, donde con gran alivio descubrí que mi madre no estaba muerta, sino durmiendo. No recuerdo cómo expliqué "el mundo del otro lado" pero mi angustia la enterneció de sobremanera y me explicó que había tenido una pesadilla.

También recuerdo que soñaba con mis amigos del vecindario, y cuando los veía al otro día les hablaba de las cosas que habíamos hecho en mis sueños. Me extrañaba que ellos no recordaran lo que habíamos hecho, si ellos estaban ahí!

Poco a poco fui entendiendo que los sucesos que pasaban en este mundo nada tenían nada que ver con el mundo que experimentaba estando despierto. Esto fue una gran liberación, porque podía hacer lo que yo quisiera sin tener que "portarme bien" y nadie me iba a regañar por ello! Ahora me tiraba al vórtice sin dudarlo un segundo.

Estos sueños desaparecieron cuando nos vinimos a vivir a México, cuando tenía yo seis años. Aún soñaba, pero los sueños perdieron su lucidez y el vórtice dejó de aparecer. Aún disfrutaba de soñar, pero entendía que estas cosas pasaban en mi imaginación y no eran reales. Esta y muchas otras fantasías de la niñez se esfumaron y conforme fui madurando y fui educado en las cosas de ciencia, pensaba que el único mundo era esta realidad física, material y demostrable.

Como niño había formado ciertas hipótesis respecto al mundo de los sueños: la gente con la que sueño también sueña conmigo. Los eventos que pasan en los sueños se manifiestan también en el mundo que experimento despierto. El portal para entrar en el mundo de los sueños es un vórtice que se forma en la cama, y toda la gente que sueña tiene que pasar a través de él. Estas creencias se fueron ajustando conforme formaba un modelo de cómo funcionaba este curioso mundo que aparecía al irme a la cama.

Como adulto también fui formando ciertas hipótesis respecto al mundo: todo lo que existe es lo medible y demostrable, que amar es un proceso químico que comienza en el cerebro, que lo espiritual es una fantasía de la gente ignorante que no entiende acerca de la realidad, y que los sueños son alucinaciones entretenidas.

Curiosamente fue un sueño lo que causó una grieta en este modelo que tenía del mundo. Estando en una fuerte depresión, soñé que una platicaba con la barista de un café y nos caíamos bien. Le pedí el teléfono y se alegró, "tienes dónde apuntar?" me preguntó. Me busqué en las bolsas pero mi teléfono no estaba ahí, abri mi mochila y sólo encontré mi diario y una pluma. Los puse sobre la mesa y la chica me pidió ver mi diario. Lo comenzó a hojear, viendo detenidamente cada página y los muchos dibujos y diagramas que había en ellas, y cuando terminó anotó su número y dijo "es precioso, asegúrate de hablarme".

Desperté con una sensación de alivio, y pensé "qué curioso, como puede ser que estando despierto me castigue tanto, y en mis sueños aparezcan personajes a quienes les gusta quién soy. Pero si esa chica era de mi propia creación, sólo puede significar que me gusto a mi mismo". Y durante todo un mes aparecieron sueños vívidos, sanadores psicológicamente, que orientaron mis acciones a una búsqueda hacia el interior, y descubrí que ese mundo que experimenté en mi infancia no era una fantasía sino un mundo en si mismo del cual había perdido el acceso que tenía en la infancia.

Desde entonces los sueños orientan mi vida. Hace dos años me encontraba descontento en mi trabajo y un día soñé que estaba construyendo un gran castillo de arena en la playa, llegaba una ola enorme, y aunque el castillo inicialmente aguantaba la embestida, terminaba por desmoronarse enteramente. Sentía tristeza: tanto esfuerzo en vano. Consideré reconstruir el castillo, pero pensé "ya estoy aburrido de esto" y me ponía a caminar por la playa y veía a otras personas absortas, construyendo sus propios castillos de arena. "Llegará una ola que se las destruya, como a mí", pensaba, "pero al menos están entretenidos, no hay que disuadirlos".

Hay sueños de los que despertamos sabiendo exactamente lo que significan, y ese mismo día hablé con mi jefe para renunciar. Los años que siguieron los dediqué a mis propios proyectos espirituales y profesionales, y aunque no ha sido fácil, ha sido tremendamente gratificante y ni por asomo he pensando que fue una mala decisión. Al contrario.

Aún sigo explorando cómo es que este mundo interior y exterior se tocan. Si estoy triste, el mundo físico me parece gris. Si estoy contento, me parece colorido. Entonces, cómo es que el mundo material es real, si es mi mente la que lo colorea? Me veo tentado a afirmar que si la vida es un sueño, como escribió Lope de Vega, entonces el sueño es la vida también. Pero esta no parece ser la conclusión correcta: la vida es un sueño, y el sueño es parte de la vida, y por lo tanto sueño que sueño.

Y así, cuando despierto de un sueño, aparezco en otro al que llamo el mundo material. Y me parece bien, porque, al igual que cuando era niño, en este sueño tampoco me tengo que portar bien ni debo de tener miedo a que me regañen. Qué liberador!