Mis cicatrices las enseño sin mucho apuro, pero la causa de las cicatrices es algo que sólo cuento a personas de mi confianza. No me preocupa que "se sepa", sino que siempre me da la sensación que hago pasar un mal rato a la persona que me escucha.

Pero los que estamos en este curso nos gusta profundizar en estas cosas. Estamos en la mitad entre confidentes y desconocidos, pues nos hemos contando cosas muy íntimas, y aunque quizás fuese correcto describir las causas de la cicatriz, he decidido dejar la causa como una incógnita que el lector habrá de despejar.

La sombra tiene formas increíblemente audaces de esconderse de uno mismo. Uno pretende darse la vuelta para observarla pero parece moverse y colocarse fuera del ángulo de visión. La única manera de observarla es ampliando el campo de visión, eso es, ampliando la consciencia.

Cuando comencé mi práctica de meditación me cayeron muchos veintes: estaba atrapado en una jaula de mi propia creación, y me daba miedo salir. Todas las cosas que me parecían estúpidas, como bailar, pasar tiempo con la familia, la espiritualidad, en realidad eran manifestaciones de lo que ahora entiendo como "rigidez de espíritu": el definirnos a través de lo que no somos, creando fronteras para contener nuestra identidad.

Pensé "Bailar no es estúpido. Sólo me siento incómodo por no saber bailar, y eso se resuelve con unas clases de baile". Así que me apunté en un estudio que me quedaba cerca del trabajo. Había más o menos dos maestras por cada alumno, y los alumnos nos turnábamos bailando con ellas (pues todas eran chicas).

En los momentos en los que estabas sentado, podías observar los movimientos de los otros alumnos. Las ocho clases a las que asistí fueron un tormento e hice muy poco progreso. Sin la práctica de meditación seguramente habría puesto la excusa de siempre ("es que nací en Canadá y me viene en los genes tener dos pies izquierdos").

Observando a mis compañeros, no pude sino comparar mi torpeza bailando. Hacía los mismos pasos, estaba enteramente tieso y mis movimientos carecían de gracia. Me costaba mucho aprenderme los pasos, sudaba como si estuviera bailando salsa profesional, pero apenas y me movía, cómo podía ser eso?

Decidí que postergaría mi intento de aprender a bailar hasta que aprendiera a moverme. No sabía muy bien lo que estaba buscando, pero intuía algo involucrando movimiento libre, que me permitiera soltarme antes de imponer estructura al movimiento. Buscando en internet encontré danza tribal, y lo iba a probar, pero un viaje de trabajo me llevó a España dos semanas, y me quedé en un airbnb con una señora encantadora.

La señora vivía sola, y todos los días cenábamos juntos y charlábamos acerca de nuestros caminos, pues ella también era buscadora, y me preguntó "no conoces biodanza?" y le dije "no, pero si es de danza me interesa mucho". "Sí es de danza, pero será mejor que lo conozcas a que te cuente". Le conté mi experiencia intentando bailar, y me aseguró que me serviría para soltar el cuerpo.

Volviendo a México me presenté a una clase, y como no tenía precedente alguno, no sabía qué esperar. Me indicaron que me quitara los zapatos, y que me sentara en unos cojines que había en una sala grande.

Comenzó el círculo de presentaciones: una señora con evidente sabiduría que era la "maestra de maestras" y dueña del establecimiento, un señor muy amable que era maestro experimentado, y una chica de veintipocos que iba a ser la facilitadora esa sesión, como parte de su formación como maestra.

"¿O sea que soy el único asistente?", pregunté. "Todos vinimos a hacer biodanza" la maestra de maestras contestó. "Soy muy malo bailando, puedo hacerlo sin verme ridículo?" Me aseguraron que de ninguna manera había que saber bailar, sino muchas veces era el caso contrario: la gente que "sabe" bailar en realidad se sabe los pasos, pero eso impide la expresión natural del cuerpo. "Excelente, pues ya adelanté el trabajo de desaprender" bromeé.

Pasé la clase entera apretando los dientes, literalmente me dolía bailar, sudaba profusamente, y además en biodanza hay infinidad de abrazos, los cuales eran intolerables para mi. Yo soy de los que dan abrazos desganados con palmaditas en la espalda, y de repente tenía a personas abrazándome como si se quisieran fundir conmigo! Pensaba "esta es la primera y última vez que vengo".

Pero, a pesar de todo el sufrimiento, cuando terminó la clase me encontraba eufórico! Me sorprendió enormemente, nunca algo que había dolido tanto me había puesto tan feliz! Cuando volví a casa no pude dormir en toda la noche, pero era de esos insomnios que te dan cuando te enamoras, y toda la semana pude sentir los efectos de aquella terapia que la vida me puso por delante.

Seguí asistiendo a biodanza un año con regularidad. El trabajo del cuerpo y de las emociones era el que más me hacía falta. Me costaba muchísimo trabajo, pero siempre fue placentero. No recuerdo una clase que me haya disgustado, al contrario, las clases que más trabajo me costaron en esos años, siguen dando frutos.

Pero Biodanza trabaja principalmente la parte lumínica, esto es, no intenta despertar un estado afectivo "negativo". Llorar o enojarse pueden emerger naturalmente y vas a ser contenido, aceptado y apapachado, pero la clase no va en esta dirección.

Para el trabajo de sombra, Biodanza tiene un evento llamado "Minotauro", que es un retiro de fin de semana donde se danza aquello que duele. Se recomienda llevar por lo menos un año asistiendo a clases regulares, y a mí se me conjuntaban dos cosas en ese momento: me iba a mudar a España, y cumplía un año haciendo biodanza, así que supe que sería una forma bonita de despedirme de mi grupo y que tenía que asistir en ese momento.

Sólo describiré la danza final del minotauro: nos reunieron en el centro a los pocos hombres que habíamos en el grupo, y nuestra tarea sería "bailarle sexy a las chicas celebrando nuestra masculinidad" (trasgiversando palabras, obviamente). Tragué saliva: eso de "bailar sexy" inevitablemente me pone rojo de vergüenza, y sólo lo había hecho en clase con una persona.

No voy a describir una historia donde todos mis traumas y heridas quedaron atrás, y de repente me convertí en un gran bailarín, no fue eso. Fue muy simple: intenté mover las caderas, intenté moverme sensualmente, me puse rojo, pero ya no importaba si lo había hecho bien, hice lo que me salió del cuerpo y percibí la sensualidad ahí, todavía enmascarada por la vergüenza, pero al menos la podía percibir!

Luego del baile sensual comenzó una música más tribal, nos reunimos los hombres en el centro y danzamos pisando fuerte, luego nos quitamos las camisetas y comenzamos a correr como poseídos, yo daba unos saltos tan grandes que me sorprendía de cuánto tiempo permanecía en el aire. Las chicas nos gritaban dándonos ánimos, y fue un momento eléctrico de euforia colectiva.

No puedo sino mirar el contador de palabras y pensar que ya me he pasado mucho de la extensión recomendada, pero también puede ser mi sombra que quiere evitar escribir una conclusión. Pero ya hemos dejado suficiente tarea al lector. Seré breve.

Entendí que hay una relación profunda entre las emociones y el movimiento. No se puede bailar sin sentir, o mejor dicho: no se puede disfrutar de bailar sin sentir. Fui buscando aprender a mover el cuerpo, pero lo que tenía que aprender a mover primero era el corazón.